Hay restaurantes que le conquistan a uno desde el principio, y eso muchas veces se debe a la impresión que el espacio  y atmósfera causan en el comensal...Pues eso es lo que he sentido cuando entré en La Carboná en Jerez de la Frontera. Una autentica bodega convertida en restaurante, donde los espacios desangelados de las bodegas dan paso a una decoración y gastronomía de lo mas interesante. Este restaurante jerezano evoca el ambiente romántico y clásico bodeguero, basta decir al respecto que se ubica en un casco de bodega construido en 1.898, declarado edificio histórico, pasando a formar parte del patrimonio más puro de la ciudad. La sala del restaurante se levanta sobre el suelo original  bajo un techo de vigas de madera, cálido y acogedor. Una chimenea circular preside el casco central de La Carboná, como única incorporación al espacio original, aportando calidez y ambiente acogedor.  Al frente de la cocina se encuentra el chef Javier Muñoz que ofrece una carta marinada con los Jereces de la zona. Una variedad de platos que no decepciona, perfectamente presentados y ejecutados. La carta vale la pena sin duda. El servicio resulta atento y constante y eso que el espacio al ser tan amplio, les obliga a ausentarse camino de la cocina. Si se pasa por Jerez y se ama su vino, este restaurante está más que recomendado.